jueves, 16 de noviembre de 2017

Todo bajo control

Roberta pensó que su idea era grandiosa, ya que tenía todo perfectamente calculado. Mientras llegaba a la gasolinera más cercana a su hogar pensaba en las hojas arrugadas que llenaban el basurero de su despacho. Tenía su oficina en su propia casa; ser abogada le permitía trabajar desde allí.
Cada día atendía a sus clientes en ese lugar: blanco, pulcro y de estilo minimalista. Toda cosa tenía su lugar específico y nada se escapaba ni en un milímetro. Si pasabas el dedo por el escritorio o el librero no hallabas ácaros de polvo. Todo era fríamente calculado por ella, como siempre.
Bajó de la camioneta blanca con paso tembloroso. No gustaba de las gasolineras con autoservicio. Pero esta vez era necesario rellenar el estanque. Mientras más tiempo pasara más difícil sería ocultar lo que había hecho. De forma torpe y rápida lleno el estanque hasta el límite; necesitaría mucha gasolina.
Pensar en su armario la estaba poniendo histérica, mucho más que aquellas hojas arrugadas desbordándose. Nunca había pensado en hacer eso, pero ya le estaba colmando la paciencia. Acuchillar a Miguel había sido la única solución que había encontrado para terminar con el desorden de su rutina. Trazó todos los planes posibles, pero nada la convencía. Era lo único; él no dejaba de acosarla, ni lo haría si seguían bajo el mismo cielo.

Cuando fue a tomar el bidón de gasolina para llenarlo, estuvo a punto de caer de bruces. Llevar a cabo su idea sería algo complejo. Pero no debía quedar rastro. Llenó el bidón. Presurosa subió a su camioneta con el plan instalado a fuego en su corazón. Aquella casa ardería con todo: despacho, armario y Miguel.


SC 14/11/2017

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