Roberta pensó que su idea era
grandiosa, ya que tenía todo perfectamente calculado. Mientras llegaba a la
gasolinera más cercana a su hogar pensaba en las hojas arrugadas que llenaban
el basurero de su despacho. Tenía su oficina en su propia casa; ser abogada le
permitía trabajar desde allí.
Cada día atendía a sus clientes
en ese lugar: blanco, pulcro y de estilo minimalista. Toda cosa tenía su lugar
específico y nada se escapaba ni en un milímetro. Si pasabas el dedo por el
escritorio o el librero no hallabas ácaros de polvo. Todo era fríamente
calculado por ella, como siempre.
Bajó de la camioneta blanca con
paso tembloroso. No gustaba de las gasolineras con autoservicio. Pero esta vez
era necesario rellenar el estanque. Mientras más tiempo pasara más difícil
sería ocultar lo que había hecho. De forma torpe y rápida lleno el estanque
hasta el límite; necesitaría mucha gasolina.
Pensar en su armario la estaba
poniendo histérica, mucho más que aquellas hojas arrugadas desbordándose. Nunca
había pensado en hacer eso, pero ya le estaba colmando la paciencia. Acuchillar
a Miguel había sido la única solución que había encontrado para terminar con el
desorden de su rutina. Trazó todos los planes posibles, pero nada la convencía.
Era lo único; él no dejaba de acosarla, ni lo haría si seguían bajo el mismo
cielo.
Cuando fue a tomar el bidón de
gasolina para llenarlo, estuvo a punto de caer de bruces. Llevar a cabo su idea
sería algo complejo. Pero no debía quedar rastro. Llenó el bidón. Presurosa
subió a su camioneta con el plan instalado a fuego en su corazón. Aquella casa
ardería con todo: despacho, armario y Miguel.
SC 14/11/2017
SC 14/11/2017
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