jueves, 26 de octubre de 2017

Alguien 
que le avise a mi mente
 que no tengo 
porqué 
desvelarme

domingo, 15 de octubre de 2017

Acróstico a la evaluación docente (Chile)

Acróstico a la evaluación docente (Chile)

Pauta evaluativa
Opresora,
Reflexiva y
Tan
Antigua que
Frente a los
Obstáculos
Latentes, inquietantes e
Incongruentes nos
Oprimen la vocación de ser profesor.


Bellaan (SC) 15/10/2017

martes, 10 de octubre de 2017

N°2437

Era más que un simple robot. Su visión del mundo era un poco más profunda que la de sus compañeros y esto se reflejaba en las actividades que realizaba cada día.
Cada mañana, a las 7:13 horas en punto, se desconectaba de la fuente de energía y leía una frase de un libro al azar que tomaba de su estantería; para luego ir a pasear pensando en aquella frase. Al hacer esto, cada día conocía nuevos lugares y nuevas maravillas. Mas aquel día en que se encontró con la frase “Si alguien ama a una flor de la que solo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, le basta con mirarla para sentirse dichoso”, del libro “El principito” de Antoine de Saint-Exupéry, no lograba absorber completamente el sentido de la oración ya que, en aquella era, el año 7084, las flores se creían extintas, al nivel de nunca haber visto una en su modo natural.
Con esa sensación de incomprensión el robot N°2437 salió a recorrer la urbe que habitaba. Esta vez no lograba mantener una imagen exacta en su sistema operativo, por lo que caminó sin rumbo fijo, solo observando lo que ocurría a su alrededor: autos volando por la autopista central, humanos discutiendo a través de proyecciones, vendedores virtuales en cada esquina y un sinfín de personas trasladándose en sus dispositivos de moda.
Al doblar en la esquina de la empresa “Mascotas a imagen y semejanza” vio algo que nunca había visto: una calle corta que doblaba hacia la izquierda sin un nombre en el cartel que estaba en sus paredes, algo extraño en ese tiempo, ya que con tanta inteligencia artificial todo lugar tenía denominación. El curioso robot se acercó raudamente al callejón; debía ser él quién pusiera nombre a ese lugar, y para eso primero debía examinarlo a fondo.
Las paredes estaban llenas de recortes de periódico, los que ya no existían en formato de papel, desgastados y sin color. Eso ya era algo sorprendente de encontrar. Cajas, bolsas, todo un basural se encontraba allí. El aspecto no le ayudaba con un nombre. Sin embargo, el robot no se rindió y siguió caminando hasta el fondo del callejón. Casi ya sin esperanzas, mientras se oscurecía cada vez más, activó la luz de sus ojos y un color rojo se impregnó en sus receptores de luz.
El color inundó todo su sistema, casi podía sentir la suavidad de aquella cosa tan preciosa. Se acercó lentamente, con sigilo, para no alterar la fragilidad de lo que veía.
Una flor, era una flor, en su estado más puro y natural. Y n°2437 al verla, cayó rendido a sus pies. Su sistema operativo nunca había trabajado tan rápido debido a todas las emociones que intentaba generar su procesador. Con sus dedos metálicos tocó los pétalos de la flor y deseó con todo lo que tenía, lograr sentir su textura; mas la inteligencia del hombre aún no lograba lo que este robot tan sensible deseaba, sino que logró destruir gran parte de la vida que quedaba en el planeta.
Y allí frente a él, se encontraba la última flor con vida. La única flor que había podido ver en su existencia y él era el único que había tenido la dicha de encontrarla, en aquel oscuro callejón olvidado.
Su flor. Era su flor, a la que amaba con cada circuito de su cuerpo creado.
Deseando nunca alejarse de ella, que echaba raíces entre los ladrillos del callejón, se sentó a su lado y puso por nombre a aquel lugar: “Ya no soy un robot”.
Ahí se quedó esa noche, admirando a su flor, mientras escuchaba el tono de alarma del 1% de batería que le quedaba a su cuerpo.


Bellaan (SC)- 09/10/2017

lunes, 9 de octubre de 2017

domingo, 1 de octubre de 2017

El último día fue ayer


El celular vibró en el velador de su habitación. Elisa tomó de forma apresurada el móvil, igual que cada vez que escuchaba ese pitido. Desbloqueó con su huella digital e ingresó a la aplicación de mensajería que la mantenía en vilo todo el día. 
Debía despedirse de él, lo sabía, pero su corazón y mente de cierta forma la detenían. Debía tomar una decisión y tratar de soportar las consecuencias que eso conllevaba, independiente de si fueran buenas o malas. Intentaba hacerse la valiente, luchar contra sus sentimientos para cumplir con lo que se proponía; lo mejor en ese momento.
La razón del aviso de su celular era él, inevitablemente, y el momento había llegado. 
Decir adiós no era fácil, aunque fuera por esa plataforma. Aún quedaban tantas cosas por hacer, tanto por hablar, tanto por reír, tanto por sentir; limitarse a hablar sólo por aquella página que frecuentaban era algo decepcionante.
Elisa tenía claro lo que sentía, pero qué sentía él, no lo sabía a ciencia exacta. La amistad era lo principal, lo primordial en la relación que llevaban, pero lo confuso era saber qué otros sentimientos estaban apareciendo. 
Un “te quiero” se resbaló por las redes inalámbricas, cruzando las naciones, 7084 kilómetros. Un te quiero correspondido ¿a qué nivel? No lo sabía. ¿En qué sentido? En muchos o en pocos. Sin embargo, esas palabras englobaban mucho y ella no podía evitar repetirlo por todas las veces en que quiso decirlas y el miedo la detenía.
El último día fue ayer, cuando con dolor terminaron esa etapa. No obstante, los sentimientos se conservan y ella espera cada día intercambiar un mensaje con él. Ser un “nosotros” por un segundo. 


26/09/2017