sábado, 30 de septiembre de 2017

El malentendido


Por fin era hora de salir del trabajo. ¿Qué más quedaba por hacer? Esperaba no tener que llevarme nuevamente papeleo a casa. Estaba en esa época en que casi no dormía por la opresión laboral que vivía día a día, sobre todo un día como aquel, lunes. 
Debía apresurarme para llegar pronto al teatro para ver esa obra tan famosa que se iba a presentar. Una de mis favoritas: El Lago de los Cisnes. Corría de un lado a otro por mi oficina recogiendo todo lo que necesitaba y dejando el orden para el día siguiente. En mi mente giraban todas las responsabilidades que tenía y pensaba en lo difícil que era llevar una vida así, monótona, agobiante, absorbente.
Las calles oscuras me hacían sentir escalofríos. El viento no corría. Apenas unos 28 grados hacían que la polera se pegara a mi espalda. Debía apurarme. Comencé a escuchar pisadas apresuradas, firmes y decididas, casi corriendo. Parecía que venían tras de mí. Estaba lista para lanzar mi bolsa por los vientos incluso si todo caía esparcido. Una mano se acercó por la izquierda. Tenía el gancho preparado para ser usado en el momento necesario. No dudaría ni por un segundo.
-¡Señorita!, disculpe. ¿Me dice la hora por favor?
El gesto en mi rostro era digno de ser retratado y presentado en el álbum de rostros más ridículos del mundo. Pensé que ese sería el último segundo de mi vida. Aún sin sentir la plena confianza de que todo había sido un malentendido.
-Las 7:58- volteé y le dije tranquilamente.
El joven vestía con medias y zapatillas de ballet, además de llevar el rostro acalorado por correr hacia el teatro.
Así fue como me di cuenta de que no era la única que había tenido un mal día. Si este joven me hubiese reconocido se hubiera percatado de que acababa de cometer el peor error de su vida. El muchacho más popular de primaria, líder del equipo de fútbol, había desenmascarado su coartada de chico futbolista y todo había sido descubierto por la chica obsesionada por las suculentas historias de los demás.



01-08-2017

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